“No hay mayor religión que la ayuda humanitaria.
Trabajar por el bien común es el mayor credo.”
Hacía varios minutos que el dolor
y el intenso frio habían cesado. Prácticamente, ya no sentía. Eso le permitió,
pensar, recordar.
Se acordó de su colegio y de su
último profesor, de lo mucho que le gustaba el nuevo maestro, era distinto, más
joven que el anterior, había viajado por el extranjero y aquello lo hacía muy
especial, contaba cosas prodigiosas,
casi mágicas, de aquellos países…
Visualizó el patio y pudo ver con
precisión la portería, aquella que estaba dibujada sobre el muro, con su
torcido palo derecho, coloreado en el ocre generado por el roce de aquellas
piedras con las que mancharon la pared. Se acordó de aquel gol que metió su
compañero de pupitre a pase suyo y que les hizo ganar el último partido.
También recordó el boquete del muro, que pudo ver unas semanas después, casualmente,
en el mismo lugar por el que había entrado el balón en aquel último encuentro.
Su mente se nubló y a punto
estuvo de desvanecerse. Pero la recuperó, logrando que volara hasta el momento
de la marcha. Tuvo una sensación muy extraña ese día. Era la primera vez que iban
a viajar a un sitio lejano y lo harían a pie, sin el viejo coche de su padre que, destrozado, seguía en el fondo del callejón casi partido en dos. Su madre le
entregó unas grandes botas, nada que ver con sus ligeros zapatos de lona que
también guardó en el petate. “Dos
juguetes, puedes llevar, dos juguetes, pero que no pesen, allí habrá más” —le
dijo.
Resonaron en su cabeza las
palabras de su tío, al que tanto deseaba conocer, el que vivía en España y al
que pudo escuchar tenuemente por el móvil de su padre días antes de la salida.
“Aquí, estaréis muy bien. Los niños, los
que mejor. Fíjate cómo son aquí las cosas que hasta les traen regalos unos
Reyes Magos por Año Nuevo…”. Con lo que a él le gustaba recibir regalos…
Le vino a la mente el sabor áspero
y desabrido de aquella sopa que su madre preparó la noche anterior, la había
elaborado con setas y tallos recogidos por el camino que, con meticulosidad, fue
mezclando con alguna especia que aún conservaba. Estaba horrible pero no tuvo valor
de reprochárselo, al contrario, le dijo que le gustaba. Bastante apenada parecía ya
la pobre –por no hablar de las rozaduras y heridas de sus pies– como para
preocuparla con sus lamentos que, además, de nada habrían servido. Por un fugaz momento hasta pudo sentir su olor cuando le arropaba por las noches en su casa
de Alepo. Y también le pareció aspirar el aroma del tabaco de la pipa siria de
su padre. “Agárrate al tablón, vendrán a
buscarte” —es lo último que le escuchó. Cuánto le querían, pensó.
El golpe impetuoso de una nueva
ola le perturbó y le extrajo de aquellos sus últimos pensamientos, volvió a
sentir ese frio extremo y la humedad, solo fue un instante, luego un dolor muy intenso irradió del pecho al exterior recorriendo su pequeño cuerpo, un zumbido en la cabeza
atronador, luego silencio… se hundió.
****
Su tío, a pesar de que no
entendía muy bien la festividad de los Reyes Magos y le parecía una cosa rara, propia de la sociedad y cultura de los padres españoles, le compró unos
regalos. Los envolvió con el papel más
atractivo que encontró y los puso a los pies de una especie de árbol de navidad que con unas pocas bolas rojas improvisó sobre una planta que tenía en casa. Allí estuvieron semanas, esperando a su
destinatario, que jamás los recogió.
****
Se podría decir que
los Reyes Magos, esa cosa rara de la sociedad y la cultura de los padres
españoles, cumplieron con aquel niño sirio. O no, porque esta vez no era
suficiente con ponerle unos regalos en el árbol. Esta vez, ese niño, todos esos
niños, necesitaban que alguien se los hubiera llevado.
Definitivamente, los
Reyes Magos, los de la sociedad y cultura de los padres españoles, han fallado
a ese niño, a esos niños, y cuando una sociedad, una cultura, falla a los
niños, no lo duden, está fallándose a ella misma.
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En memoria de los
miles de niños refugiados que no han conseguido llegar para recoger sus
regalos.
En memoria de los
miles de niños refugiados que no hemos conseguido traer a recoger sus regalos.
Feliz día de Reyes.
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